Semana Santa en Castelnou

El municipio de Castelnou tiene la peculiaridad de estar ubicado en un enclave próximo a los nueve pueblos del Bajo Aragón Histórico que conforman parte de la conocida Ruta del Tambor y Bombo. Sin duda, se trata de uno de los principales focos de atracción turística durante estas fechas en Aragón y España por sus tradicionales procesiones y el toque del tambor y el bombo reconocido por la UNESCO desde noviembre de 2018 como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad.

Esta localidad pertenece a la Comarca del Bajo Martín en la que se encuentran cinco de estos nueve pueblos. Este hecho convierte al municipio turolense de Castelnou en el enclave perfecto para quienes deciden pasar los días de Semana Santa en la zona, ya que con desplazamientos cortos -de entre 5 y 40 minutos en coche-, se puede visitar cualquiera de estos actos tradicionales que tienen lugar en los pueblos de la Ruta. Por esta razón, a lo largo de estos días el número de visitas vacacionales a la localidad iguala prácticamente a los del verano. 

A pesar de que la Semana Santa arranca el Domingo de Ramos con las tradicionales procesiones de Ramos y las exhibiciones de tambores y bombos, la principal afluencia de visitantes comienza la tarde de Jueves Santo. Ese mismo día, al filo de la media noche, en todos estos municipios -salvo en Calanda-, tiene lugar el tradicional acto conocido como Romper la hora, donde el estruendo de estos tambores es el claro protagonista. 

Quizá, uno de los principales atractivos que convierten Calanda en el mejor lugar desde el que vivir la Semana Santa del Bajo Aragón tiene que ver con su ubicación ya que cuando te cansas de oír el estruendo ocasionado por bombos y tambores, puedes alejarte del bullicio y escucharlo de fondo, a lo lejos, naciendo de cada uno de estos pueblos. 

Tambores y bombos siguen sonando en las distintas procesiones, a veces junto a las trompetas de los alabarderos acompañando a los típicos pasos o imágenes de Semana Santa, eso sí, variando en cuanto a horarios y en forma, algo que variará según se trate de un municipio u otro. El toque no cesará hasta la noche del sábado.

En otra cosa que coinciden todos estos pueblos es en salir al campo a celebrar la Pascua y comer la deliciosa Rosca, el dulce típico de esta celebración.

¿Qué es el día de la Rosca?

Quizá uno de los eventos más esperados por todos los que solemos pasar la Semana Santa en Castelnou es el día de la Rosca.

Esta celebración recibe su nombre de unos bizcochos dorados coronados por uno o dos huevos duros en el centro. Este bizcocho típico que se conoce como rosca es una merienda que todos los hornos en los pueblos del Bajo Aragón Histórico preparan en Semana Santa para ir al campo a disfrutar de la celebración del Domingo de Resurrección y el Lunes de Pascua. En otros lugares, a estos bizcochos se los conoce como mona de Pascua.

Estos dos días, en los que a veces, entre los más jóvenes, las celebraciones se prolongan hasta el martes siguiente; se han convertido con el paso del tiempo en excursiones o meriendas que duran el día entero. El día discurre comiendo en el campo, al calor de las típicas brasas donde tampoco falta la bebida. 

En Castelnou, hasta el año 1995 y coincidiendo con la creación de la Asociación Cultural La Valera; estas meriendas solían organizarse por cuadrillas, siendo preferentemente los más jóvenes los que marcaban las distintas generaciones

Pero a partir de ese año, sería la Asociación la que organizaría estas Roscas uniendo varias generaciones y sumando cuadrillas de entre 4o y 50 personas. En la actualidad, a pesar de la disolución de esta asociación, se intenta mantener el cruce generacional.

El siguiente vídeo nos muestra la Rosca de 2001

Una de las costumbres que llegaba con el milenio fue la de beber de una caña las distintas mezclas preparadas en un barreño, quizá se trate de un guiño a lo de beber en teja que vemos en las fiestas de San Valero
 

Los lugares elegidos por los más jóvenes para ir a la Rosca solían ubicarse cerca del río Martín. Uno de los más clásicos es el conocido como ‘Las Chilandras’. En cambio, las familias solían acudir a los mases o casetas ubicadas en el monte. Durante muchos años la chopera que bordeaba al río fue testigo de muchas de estas meriendas. Muchos de los más jóvenes dejábamos las típicas marcas hechas con cuchillos o navajas en los chopos, hacíamos coronas con ramas de los sauces llorones, comíamos la parte más tierna de los juncos y construíamos todo tipo de artilugios de caña. Nunca faltaba una pipa de fumar hecha de caña. Una fogata a orillas del río, junto a las guitarras o un cassette a pilas, eran el centro de la celebración hasta que se hacía de noche. Ahora, el cassette se ha sustituido por los altavoces bluetooth y los teléfonos móviles. 

Cuando llovía o hacía mal tiempo solíamos ir a la venta de Valimaña, en las ruinas del antiguo edificio han tenido lugar muchas de estas tradicionales meriendas. Cuando se hizo imposible ir debido al estado ruinoso de éste, nos quedamos sin un sitio a cubierto para este día. En su momento, incluso pensamos en pedir un dinero y hacer una inversión para recuperar un espacio para estos días. Los últimos años se ha llegado a hacer esta merienda en el pabellón multiusos o en el parque, junto a la piscina.

 

GALERÍA DE FOTOS

GALERÍA DE VÍDEOS

Recordando antiguas tradiciones

Existen fotografías antiguas que nos permiten ver cómo también en Castelnou se tocaban tambores y bombos hace unos cuantos años. Las últimas veces que esto sucedía se remontan mediados de la década de los 80.

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Tocando el tambor. Año 1979. De izquierda a derecha, José Ángel Guimerá, José Miguel Esteruelas, Óscar Díez, Pedro Lucéa y Luis Anadón

Mientras en localidades como Híjar afirman que el toque de tambores y bombos cuenta con más de medio siglo de historia, en Castelnou no existe documentación específica que hable de sus orígenes. Como se ha dicho con anterioridad, a mediados de los años 80 se dejó de salir a tocar por las calles del pueblo. 

La memoria oral recoge que nunca tuvieron lugar en esta localidad celebraciones similares a las de los nueve municipios de la Ruta. Quizá influenciados por esta costumbre de los pueblos vecinos, en Castelnou se empezó a tocar el tambor ya bien entrado en el siglo XX.

Los más mayores cuentan que lo que era verdaderamente costumbre en Castelnou era salir a hacer ruido por las calles en torno a las doce de la noche que va de Jueves a Viernes Santo. Lo que sí cambiaba respecto a estos otros pueblos es que aquí, para Romper la hora, además de tambores y bombos se empleaban múltiples objetos para hacer ruido, que iban desde cacerolas, matracas, carraclas o bidones metálicos rodando por las calles (como si se tratase de una cacerolada).

Otra diferencia es que sólo los jóvenes varones del pueblo participaban en esta versión local de Romper la hora. Sin embargo, desde los años 60 se tiene constancia de que el día de Romper la hora se tocaban también tambores y bombos además de todos estos improvisados instrumentos previamente mencionados. La técnica con el tambor tampoco sería comparable a la de las poblaciones cercanas. Probablemente el típico y conocido por todos como toque «que le den, que le den, café…»,  era el que más sonaba toda la noche.

El fin de esta tradición quizá tenga relación con que no hubiera un grupo suficiente de chavales jóvenes que pudieran darle continuidad. Un síntoma más de la despoblación. Además, también habría que sumar el atractivo de acudir al resto de pueblos tales como Samper, Híjar o La Puebla de Híjar para disfrutar de este espectáculo o participar tocando allí.

El rito religioso

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Viernes Santo de 1966. Procesión del Viacrucis a su paso por la plaza Mayor

Mucho han cambiado las cosas en la actualidad en que la Semana Santa ha pasado de ser una celebración principalmente religiosa a convertirse en un atractivo turístico y, en definitiva, en unos días para salir a comer la Rosca al campo.

De esta forma, la Semana Santa en Castelnou fue perdiendo paulatinamente esa esencia puramente religiosa llegando al momento actual en el que solamente se realizan tres misas a lo largo de estos días, a las que asisten unos pocos fieles: Una misa para Domingo de Ramos, otra en Viernes Santo -que incluye el Viacrucis- y otra el Domingo de Pascua.

A continuación, se detalla cómo eran estas celebraciones religiosas hasta mediados de los años 70. En este texto se han incluido ritos y costumbres muy antiguas. 

Todo comenzaba el Domingo de Lázaro o Domingo de Pasión (domingo anterior al de Ramos y quinto de la Cuaresma), cuando se tapaban los santos de la iglesia con telas negras o moradas -la imagen de Cristo siempre con tela morada-. Los altares eran desprovistos de sus flores y manteles habituales y, desde entonces, hasta el fin de la Semana Santa; solo se encenderán las velas del altar mayor durante el tiempo que duren las misas. Así permanece todo hasta el Domingo de Resurección. Desde ese momento, también hasta el Sábado de Gloria, no se tocarán las campanas para llamar al rezo.

Llegados al Domingo de Ramos tocaba el momento de la procesión que discurría tan solo por la plaza de la Iglesia donde la gente portaba pequeñas ramas de olivo o laurel (en los últimos tiempos, en esta misa se han comenzado a ver las famosas ramas de palma). Tradicionalmente, los más pequeños llevaban golosinas colgadas de estos ramos -que podían ser puros de caramelo, rosquillas, piruletas, rosarios de palomitas, chupa chups…-.

Esta procesión estaba encabezada por un monaguillo que portaba una pequeña cruz dorada colocada sobre un palo. Esta cruz la podemos ver siempre encabezando todo tipo de procesiones. Siguiendo a este monaguillo iba el párroco acompañado de otro con el agua bendita para bendecir los ramos. Tras bendecir los ramos se accedía a la iglesia para la oficiar la misa. Durante la ceremonia todo permanecía como se dejó el domingo anterior.

La próxima cita tendría lugar en Jueves Santo, momento en el que, al igual que sucediera el Domingo de Ramos, los tradicionales tres toques para avisar de los actos religiosos eran sustituidos por el toque de carraclas de los monaguillos que recorrían las calles para anunciar los oficios religiosos. «El primero»-decían los chavales o monaguillos matraca en mano para anunciar el primer toque- «el segundo»… También se  desconectaba la campana del reloj que entonces estaba en el campanario, por lo que no sonaba para las horas. A eso de las 3 de la tarde se llamaba así a misa. Al acudir a la iglesia, en el altar mayor se hallaban el cáliz y las formas -que representan el cuerpo y la sangre de Cristo- presentes en la mesa. El Sagrario (pequeño armarito donde se guardan esta copa y las obleas) se había desplazado desde el centro del altar mayor (su lugar habitual) hasta el altar de San Valero sustituyendo por unos días a la imagen del patrón municipal. A este espacio se le llamaba el Mormento o Monumento.

Al finalizar la misa de Jueves Santo se producía el traslado del Sagrario al Mormento, lo realizaba el párroco debajo del palio portado por los representantes del Ayuntamiento, quienes llevaban en la otra mano una vela o cirio encendido. El párroco llevaba bajo esta tela sujeta a cuatro varas la custodia que portaba los sacramentos, en forma de oblea u ostia.

Los laterales de este altar habían sido cerrados con bancos cubiertos con telas blancas. Allí podíamos ver plantas que llevaban prestadas los vecinos desde sus casas (calas, violeras…). También se habían colocado dos reclinatorios a ambos lados del altar, lugar al que, desde este momento, iría acudiendo la gente del pueblo en grupos de cuarto (dos mujeres y dos hombres), que acudían por turnos a hacer lo que se denominaba ‘hacer la vela al Santísimo’. Cada uno de esos turnos permanecía en su sitio hasta ser sustituido por el siguiente -una media hora por turno-. Estos turnos tenían lugar hasta las doce de la noche del viernes y se volvían a retomar a las seis de la mañana. El único requisito para poder participar de este velatorio era haber hecho la primera comunión. Mientras tanto, la iglesia permanecía abierta al público y se podía acceder a presenciar el velatorio y rezar en muestra de respeto.

El Viernes Santo por la mañana se recorrían las calles de Castelnou en Viacrucis con el Cristo crucificado y la imagen de la virgen conocida como la Dolorosa.

Esta procesión hace el mismo recorrido que la de San Valero por el pueblo. El prior que se encargaba ese año del cuidado del altar de Jesucristo portaba la cruz que podría estar adornada con un ramo de tomillo recientemente florecido. Junto al Cristo podía haber algún portador de una farola con una vela dentro. Además, cuatro mozas (mujeres que todavía no se habían casado), vestidas de negro y con una mantilla sobre la cabeza,  portaban la imagen de la Dolorosa por las calles para terminar de nuevo en la iglesia. Esta procesión, como todas las demás, era precedida por un monaguillo que portaba la pequeña cruz dorada y una ramita de olivo. Tras él, el cura, con un libro de oraciones o misal, rezaba y marcaba la llegada a cada una de las estaciones. Al llegar a cada estación, otro monaguillo y el sacristán tocaban la matraca. La procesión se detenía para rezar.

A mediados de los años 70, debido al éxito de convocatoria generado tras crearse en el año 1970 la Ruta del tambor y bombo, en muchas poblaciones cercanas del Bajo Aragón, se intenta imitar los actos que se realizaban en los nueve pueblos de la Ruta. En Castelnou pudimos ver algunas procesiones en las que sólo los más jóvenes salían tocando por las calles tras el paso del Viacrucis.

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Viernes Santo de 1976. Toque de tambores tras el Viacrucis subiendo la cuesta de la iglesia

Ese mismo viernes por la tarde, tenía lugar el Santo Oficio (donde sin oficiar misa se entonaban oraciones y se lavaban los pies del sacerdote). Tras esto, se repetía la ceremonia del día anterior a la inversa, es decir, trasladando el Sagrario y los sacramentos hasta el altar mayor donde permanecerán durante todo el año. De la misma manera, la iglesia volvía a cobrar su aspecto habitual con los santos ya descubiertos y San Valero en su altar.

Esa misma noche tenía lugar la misa de vigilia, previa a la Pascua.

El Sábado Santo sonaba la campana ‘Valera’, y por medio de un repique se anunciaba la resurrección de Cristo y se bendecía el agua que serviría para los bautizos y otros oficios. Todos asistentes podían llevarse un poco de agua bendecida con la que rujiaban sus casas para protegerlas. 

El Domingo de resurrección ya sonaban las campanas con sus tres toques para llamar a misa de Pascua de Resurrección. Ese mismo día, ya por la tarde, se salía a comer la rosca al campo.

A todos estos actos litúrgicos había que añadir otras cuestiones como las típicas abstinencias y ayunos propios de la Cuaresma, o que por ejemplo no se podía barrer la casa ni las calles desde el Jueves Santo hasta el Domingo de Pascua, porque se decía que si se barría se criarían bichos. 

Un antiguo Calvario

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Una vez más recurrimos a una de las fuentes fundamentales que conserva la historia de nuestro pueblo, la memoria oral, la cual nos habla de la existencia de un antiguo calvario localizado entre el actual camping y la ladera del monte que baja hasta el río Martín.

De esto se deduce que, en aquel entonces, la procesión del Viacrucis tendría otro itinerario; siguiendo como ya ocurría en otros pueblos de la zona los denominados peirones, elementos que marcaban las distintas estaciones uniendo la iglesia y el calvario. En la actualidad, solo se pueden ver los restos de dos de estos peirones situados a cerca de la zona que los mayores llamaban Calvario.

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